lunes, 27 de septiembre de 2010

Ciénaga


Sí, no hubiera debido confesártelo pero, sí, ahí me amancebaba con el agua en otras épocas, en un mar de saliva ardiente y compulsivas olas de orgasmos. Una tarde de esperma, sangre, hongos y jadeos, aparecieron las serpientes. Instintivamente encontraron su lugar, nada tuve que explicar. Empezaron a deslizarse por lo esencial, evitando tus andamios de preguntas y tus planteamientos en espiral. Sí, ya sé que anhelas comunicarte pero, en tu ceguera verbal, no logras entender que lo único que busco es silencio y, muy de vez en cuando, algún grito arrancado con las manos. Eso es todo. No pretendas confidencias ni insinúes parentescos, y ya que te intriga la nariz de las serpientes, te diré que usan la lengua de manera muy distinta a la tuya.

Sí, digamos que es una ciénaga, un ojete de tierra que deleita con sus tibias erupciones, sí, es obvio que también es laguna, charco, escupida, vino de boca en boca, sí, es todo eso y es más, pero no insistas porque tu acceso se ha cerrado, se ha caído, no ha existido. No, nada se ha movido, pero todo ha cambiado. ¿Qué más puedo añadir? Que sigas postrándote ante tu altar de sensiblerías, que preserves tus orejas impolutas y que prepares tu ejército de palabras porque yo, ajeno y sonriente, seguiré sumergiéndome en el mudo universo de mis bichos, aprendiendo y mudando de piel hora tras hora.

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