lunes, 3 de enero de 2011

Asombro

Nos asombra, aunque seamos sujeto y objeto, que la Isla de los Cuchillos siga existiendo, pese a tantas derivas y a tantas épocas signadas por la negación del cambio, épocas en las que pretendíamos sumergirnos en una nada absoluta, en un vacío sin arrecifes ni despojos.
En estos últimos tiempos de sequía y de nieve o -para ser más precisos- de lluvia y oscuridad, hemos debido negar repetidas veces que ningún predicador del Deber había ingresado -y mucho menos arengado- en estas tierras destinadas a un sosiego que, no obstante, sabemos ilusorio. El ejemplo de hoy confirma que el final insular    -aún sin escribirse- no se limita a ese borroso punto de no retorno en el que nos hemos proyectado tantas veces: dos viajeros llegaron intempestivamente, alternando con su aliento el hastío que había helado nuestros pantanos menores. ¿Terminaremos por aceptar que somos un territorio de aristas, dobleces y espejos, un territorio carente de uniformidad y armonía?
Resumiendo, dos los viajeros, uno blanco y otro negro, ambos excesivos en sus respectivos tonos: hermosos. Educados, clavaron sus ofrendas en el lugar señalado. Respetuosos, siguieron perfectamente el ceremonial de los pezones, cada uno a la usanza de su tierra. Urbanos, devoraron algunos de nuestros manjares más inusuales. Místicos, se arrodillaron y agradecieron en repetidas ocasiones. Carnales, se sumieron en nuestro cráter mayor, incitados por ese tufo que presagia espasmos y temblores exquisitos. Curiosos, recorrieron diversos parajes de la isla antes de caer agotados en una de nuestras zanjas de lodo tibio que, según varias versiones, parecen tener lenguas incansables.

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