No
todos los que escudriñan el desierto logran distinguir el hoyo que conduce a la
cascada de la guardiana. La constante oscilación de las dunas, el resol, las
zarzas y las culebras distraen, aturden y desorientan a viajeros, penitentes y adoradores
de ídolos vivientes. Dentro y fuera: la guardiana, principio y final de la roca
y el agua, genital y lubricación de la cueva, origen de la cascada y las
venas fluviales de la isla.
El
canto de la guardiana es carnada, cebo, señuelo y añagaza, es sonido que huele
a entrepierna ligeramente sucia, es arrullo que sabe a deliciosos frutos maduros,
a ulteriores tumbas de insectos y gusanos.
La
cascada se forma con las imperturbables gotas que nacen de la guardiana, la
protectora del agua, la que llora internamente por lo que fue y será, la que
arrincona la cobardía, la que petrifica la mentira, la de espalda de roca y
ubres de cabra en celo, la que se aparea con animales y hombres a los que agota,
vacía y despedaza durante ceremonias que culminan en crujientes abrazos de
piernas y garras, en molinos sexuales que transforman la carne de caverna en piedra.
La gruta
en la que se origina la cascada, madre de todos nuestros ríos subterráneos, se
expande en un ciclo impertérrito e incesante de voracidad, deseo,
estremecimiento y memoria: la saliva, el flujo, el sudor y las lágrimas de la
guardiana, los estragos del deseo, la roca que aumenta, cubre y preserva el
recuerdo más hermoso. Así salva la guardiana, así revive, así mantiene grabado
en su durísima piel cada instante de lo que muchos llamarían muerte, quebranto
o todo, entiéndase todo como una persona o la humanidad entera.
Implacable
en sus transformaciones, la guardiana nunca ha cedido ante la abulia, la
desidia o el infortunio, todo lo contrario, sus fluidos -nuestras arterias subterráneas-
han fertilizado, o mejor dicho transfigurado, la geografía insular. De hecho,
uno de los torrentes más impetuosos lleva aguas que curan, no, que apaciguan a
los que no logran nombrar lo más básico, a los que enmudecen de tanto sentir, a
los que se queman la piel con gritos que muy pocos llegan a oír.
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