sábado, 31 de julio de 2010

EL PRIMER AMOR

A los 12 años era un chico tímido y solitario. El resto de la clase se encontraba en pleno despertar sexual. Las conversaciones pasaban de Boca-River a las tetas de Moria Casán y yo no tenía interés por ninguno de los dos temas. Eso hacía que mis compañeros de colegio me dejaran afuera de sus juegos. Pasaba largo rato leyendo cómics encerrado en mi mundo de fantasía sin importarme relacionarme con ellos. La falta de interés era mutua. Excepto con Gustavo, con quien nos odiábamos. Era el chico más popular y jamás perdía oportunidad de decirme “maricón” y romperme mis revistas.
A mediados del año se incorporó un alumno nuevo. Se llamaba Dante, venía de Esquel y tenía 14 años pero, por los constantes viajes laborales de su padre, todavía no había terminado la primaria. Era más alto que cualquiera de nosotros, el guardapolvo le quedaba corto, tenía el pelo desprolijo y los ojos verdes intensos. Cuando la maestra lo presentó, no podía dejar de mirarlo y como yo me sentaba en el primer banco, él también me miraba a mí. Había algo en él que me atraía y me hacía pensar que tal vez podríamos hacernos amigos. Cuando sonó el timbre del recreo todos salieron menos nosotros. Yo no jugaba con ellos y él no conocía a nadie. Me sonrió y en vez de responder a su sonrisa, me puse colorado y bajé la vista. En ese momento entra Gustavo y le dice: “Che, ¿querés jugar un partido?”. Salieron del aula dejándome solo. Me sentí estúpido por no haber podido hablarle o sonreírle.
Dante se volvió popular y el mejor amigo de Gustavo. No sólo jugaba como Maradona, sino que había tenido muchas novias y fumaba cigarrillos negros. Yo no podía entender bien lo que me pasaba con él o porqué me obsesionaba la sombra de su incipiente bigote. Cada vez que Dante descubría mi mirada, me sonreía y yo inevitablemente bajaba la vista turbado.
Un día llevé al colegio un cómic de Mujer Maravilla. Gustavo me lo quitó y empezó a hacer chistes acerca de las tetas de la Wonder Woman. Entre mis súplicas y las risas de todos, pasó su lengua por la portada y la perforó en la entrepierna con un dedo. Me puse a llorar y él me refregó la revista por la cara diciéndome: “¡Chupá, maricón, hacete macho!” Dante saltó como un superhéroe gritando: “¡Dejalo tranquilo!” y le dio una trompada. Se agarraron a piñas y lo obligó a que me pida perdón y prometa no molestarme más. Su amistad estaba terminada.
Si bien nunca nos hablamos con Dante, seguimos mirándonos y yo ahora podía sonreírle con complicidad. Me había enamorado por primera vez.

1 comentario:

Darío Mazzanti dijo...

recuerdo momentos así, en mi lejana y solitaria pubertad.
muy bello y tan inocente como la sonrisa que otorga el primer amor